viernes, 15 de junio de 2007

Sunset Boulevard.



Hacía tiempo que yo pensaba que, como la Dietrich era patrimonio común, término que designa a los que lo son bastante famosos como para que pierdan la protección que se da a las personas normales, cualquiera podría filmar un dicumental sobre su vida y, sin duda, acabaría por filmarlo. Entonces, ¿por qué no hacer que la Dietrich hiciera un documental en beneficio propio en lugar de permitir que otros se aprovecharan?. Ya que estaba anciana como para salir en la pantalla, parecía buena idea que la Dietrich narrara su propio documental.

Llevó mucho tiempo convencerla, y encontrar el dinero y a personas interesadas en llevar adelante el proyecto, a base de oír la voz de la Dietrich a sus ochenta años, sin ver su cara de ochenta años. Finalmente, un día de 1982, ella permitió que la pusiéramos en la silla de ruedas y, por primera vez en más de tres años, fue llevada a la sala de estar y colocada en un sillón. So pretexto de que se había fracturado un dedo del pie, permaneció sentada, inmóvil, mientras grababa una conversación con Maximilia Schell, el director, que sería la base del diálogo del documental.

A la hora de empezar a grabar, la Dietrich ya no estaba tan enamorada de Schell como al principio de. Él cometió el error de escribirle que, para preparar sus entrevistas, se iba a un idílico lugar a leer a Proust.

- ¿Qué?, ¿Que se va a leer qué?
- Al parecer, Mr. Schell piensa que Proust le dará el clima ideal para preparar las entrevistas.
Yo trataba de defenderle; le necesitaba, y el que mi madre hubiera firmado un contrato no era garantía de que ella fuera a colaborar plenamente. La Dietrich se consideró por encima de estas minucias jurídicas.
- ¡Suizo tenía que ser! ¡Típico! nos hemos equivocado con él. ¿Proust? ¿Para hablar con una actriz de cine? ¿Tiene que leer a Proust? Qué hombre afectado.

De no haber sido tarde para sustituirle, estoy segura de que lo hubiera intentado. A fin de obtener el mayor dinero posible en el mercado internacional y, dado que tanto Schell como la Dietrich eran trilingües, el contrato exigía que durante los tres primeros días, la converssación se mantuviera en inglés, y que en sesiones sucesivas, se dedicaran igual período de tiempo al francés y al alemán. Una vez más, a fin de asegurar la colaboración de mi madre, se estipuló en el cotrato que los pagos se harían diariamente , después de cada grabación.

El primer día mi madre ya estaba agresiva y pasaba de un idioma a otro. Con la cabeza despejada, como solía tenerla a eso de las diez de la noche, aceptó grabar solo en inglés.

A las 11 de la mañana siguiente todos sus propósitos se habían ahogado con el alcohol. No sólo pasaba constantemente al alemán sino que, incluso caía en un dialecto berlinés bastante basto, mentía, discutía y todo lo calificaba de "es una mierda". Cuando se le preguntó por su hermana, negó que la hubiera tenido. Eso sobrecogió un poco a Mr. Schell.

Nunca conseguimos proyectar lo que habíamos ideado y esperado. Finalmente, Schell sde marchó a París con los nervios destrozados y sin material suficiente, o así lo creía él, para montar un documental. A veces, la desesperación hace brotar la inspiración. Schell tuvo que inventar un nuevo concepto. Lo que ese magnífico director realizó al fin fue maravilloso. Mejor que lo que cualquiera hubiera creído posible. nuevo, original, y muy superior a la primera idea.
Imaginando que a mi madre le asustaría tener que escuchar lo que había dicho, lo que unos "extraños" habían hecho con su vida, en una sala de montaje, volé a París, alquilé un video y, sosteniéndole la mano, le mostré la cinta de la primera copia de Marlene. Dios mío ¡Cómo la detestó!. Estaba indignada de que me hubiera atrevido a pensar que esa "basura" era buena. Y, además, aquel engendro había sido idea mía. No paraba de despótricar y de isultar al televisor y a cada momento me preguntaba qué decía:

- ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué ha dicho? ¡Esa no es mi voz! ¡La que habla no soy yo! ¡Yo nunca dije eso! ¡Qué obsenidad!. Tienen que haberme falsificado la voz. ¡Esa no soy yo! Tenemos que demandarles.

Había perdido mucho oído pero, naturalmente, se negaba a reconocer ese síntoma de vejez. Se quejaba de que la gente hablaba en susurros, de que todo el mundo se comía las palabras, y mantenía tan alto el volumen del televisor que, en verano, los transeúntes levantaban la cabeza hacia sus balcones para ver quién les gritaba.

Pasó los seis años siguientes contratando, despidiendo y discutiendo con abogados alemanes. Quería impedir a toda costa que se mostrara el documental y, después, hacer que mtieran en la cárcel al productor, o mejor aún, que lo llevaran " a un callejón muy oscuro". La aplacó que el documental ganara premios en festivales de cine y, de la noche a la mañana, volvió a ser muy amiga de Schell, pero cada vez que se acordaba de Proust su relación se enfriaba.

(Fragmento de "Marlene Dietrich por su hija María Riva", de María Riva. Plaza & Janes- 1992)

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